“A este niño un patíbulo ha de hacerle santo.” De tal concreción fue la profecía que hizo el venerable sacerdote padre Bernardo Corbera cuando visitó a Pedro Armengol de recién nacido, pues tenía una estrecha relación con sus padres, un matrimonio muy piadoso de La Guardia dels Prats, en la región de Tarragona. Era la década de 1230 y la familia Armengol estaba muy bien posicionada económicamente: Arnoldo, el padre de Pedro, era un terrateniente y se dedicaba a gestionar sus haciendas la mayor parte del tiempo, excepto cuando era llamado por el rey y se unía al ejército, como alto cargo, durante alguna campaña importante; su madre enseñaba a Pedro y a sus hermanos en casa, pues era una mujer educada, y les inculcaba el catecismo durante horas sin fin.
Pedro Armengol, por ser el hermano mayor, recibió la educación más minuciosa con el objetivo de que algún día pudiera hacerse cargo del extenso patrimonio familiar. Pero cuando sólo tenía ocho años su madre murió casi por sorpresa, de alguna fulminante y oscura enfermedad medieval. Su padre Arnoldo no supo sobreponerse al trauma de perder a su mujer, y se refugió en sus negocios y en el ejército, abandonando completamente a sus hijos, tanto en lo educativo como en lo afectivo. Por esto, Pedro se fue poco a poco tornando en un adolescente muy problemático, cambiando su casa por la calle, a sus hermanos por delincuentes juveniles y prostitutas, el catecismo por la espada.